viernes, 28 de mayo de 2010
poema chinesco
dos sombras de hombres se golpean en el callejón de la sacristía, la botella sobre los adoquines, la navaja surcando el aire, el silencio mudo de los vecinos que siguen la movida detrás de las cortinas de su habitación. mi sombra corre semidesnuda hasta la puerta de la catedral a ver si dentro alguna otra sombra conocida y menos brutal me ampara hasta que me recomponga el vestido y la sonrisa. pero no hay nadie allí, la iglesia sólo abre sus puertas de lunes a domingo entre las ocho de la mañana y las tres de la tarde. mi sombra se lanza otra vez a la carrera, salta encima de las sombras de los hombres que aún pelean sin que se pueda imaginar vencedor ni vencido, pasa veloz frente a los cristales rotos de la pajarera y enfila rumbo a la densa tranquilidad de la taberna. suena el reloj del palacio de gobierno y la sombra de una lechuza cruza el parque en busca de la sombra de un mayito rezagado. se hace la luz, el sol amenaza terminar con esta vida de madrugada y las sombras de los hombres se separan de buena fe, se dan la mano y pactan el fin de la contienda para la próxima noche.
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