algo murió. no ayer, ni ahora, ni siquiera esta mañana, pero algo simplemente ya no está y me duelen los ojos de tanto no mirar a ningún sitio, de tanto cerrarlos para que las manchas del techo no se me conviertan en una absurda geometría llena de pistas y señales por la que tendré que pasar para alcanzar el sueño.
algo definitivamente está roto, no dentro de mí, ni fuera, ni siquiera en algún sitio. y los perros en sus ladridos, siguiéndome en la calle con sus ojos fijos en mis ojos como quien exige una palabra, un gesto, una secreta confirmación que dé comienzo a este anunciado ritual de despedidas.
todos saben que algo ya no está. todos esperan el silbato final, la máscara, la mueca que se rinde y me libera.
y yo no sé qué hacer para dilatar esta sonrisa, para distender una armonía tan imposible como absurda. y yo no sé qué hacer pero tengo en mi piel todos los trozos de ese algo que quizá se rompió sólo para que yo lo sostenga.
lunes, 31 de mayo de 2010
viernes, 28 de mayo de 2010
poema chinesco
dos sombras de hombres se golpean en el callejón de la sacristía, la botella sobre los adoquines, la navaja surcando el aire, el silencio mudo de los vecinos que siguen la movida detrás de las cortinas de su habitación. mi sombra corre semidesnuda hasta la puerta de la catedral a ver si dentro alguna otra sombra conocida y menos brutal me ampara hasta que me recomponga el vestido y la sonrisa. pero no hay nadie allí, la iglesia sólo abre sus puertas de lunes a domingo entre las ocho de la mañana y las tres de la tarde. mi sombra se lanza otra vez a la carrera, salta encima de las sombras de los hombres que aún pelean sin que se pueda imaginar vencedor ni vencido, pasa veloz frente a los cristales rotos de la pajarera y enfila rumbo a la densa tranquilidad de la taberna. suena el reloj del palacio de gobierno y la sombra de una lechuza cruza el parque en busca de la sombra de un mayito rezagado. se hace la luz, el sol amenaza terminar con esta vida de madrugada y las sombras de los hombres se separan de buena fe, se dan la mano y pactan el fin de la contienda para la próxima noche.
martes, 18 de mayo de 2010
mémoire (para eduardo, sin razón aparente)
mañana
el fin de año era el tiempo de los buñuelos
de la masa correosa entre los dedos de las mujeres
del trago de cerveza helada al amanecer (y para amanecer)
de la mesa sueca (cubanísima??)
el tiempo del arroz congrís sacudiendo el barrio
despertando el deseo
el instinto animal
la gula
la carne que alebresta la carne
antropofagia erotómana
salivada
promisoria
(pontifical??)
la alevosía de despedir el año entre cubos de agua
!a la calle!
fuera con toda la pena
con toda la nostalgia
con la angustia toda
y chupar como si nada el rabo crujiente de aquel puerco
que en las horas lejanas (y violentísimas) de la mañana
el cuchillo del abuelo había desangrado
ante los ojos de todos
el abuelo sacerdotal, en su divino ministerio
empuñando su jerarquía patriarcal sobre la tabla del martirio
proveyéndonos
brutal
despojado de esa corona (halo??) de bondad
que sólo veíamos caer cuando la faja de cuero asomaba de golpe
(para dar el..., los...???)
castigadora
infinita
ciega como la justicia,
animal,
distendida luego ya
-no como una extensión parapléjica de su mano
!nunca!
sino en el santo orgasmo de la autoridad-.
y la panza blanca y destripada del cerdo
contra la madera
expuesta, húmeda aún
inmutable en esa servidumbre que le impusimos
la carne babilónica que habría de saciarnos
(no había hambre que matar, no había!!!)
la panza en fin
rota de un tajo
despojada, sin seso ni mondongo
(como un sarcófago privado de lápida, de mármol)
zurcida luego para mejor cocer el arroz.
y en la noche, justo a las doce
el himno nacional (sin bautismo político, sin continencias, más como una bendición, un santo y seña)
el discurso etílico y avizor del tío josé
(no el ciego, que ya es muerto, sino el otro, el sin hijos, el tan flaco, arruinado, amargo en su memoria de antes)
el brindis donde cada quien ponía más que su copa la vida.
el fin de año era el tiempo de la yuca con mojo
los tostones
la esperanza no como un quizá
como un entonces
como un y si fuese posible...
sino de por supuesto
de sólo falta un poco
de tengamos paciencia que la fe es muy larga
para encomendarle la alegría.
el tiempo de la familia como una encarnación tropical de la fortuna
dispendiosa, sin geografía
el tiempo de la ingenua y natural certidumbre
de esos días en que mañana no era sino una promesa,
La Promesa de la risa por llegar.
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el fin de año era el tiempo de los buñuelos
de la masa correosa entre los dedos de las mujeres
del trago de cerveza helada al amanecer (y para amanecer)
de la mesa sueca (cubanísima??)
el tiempo del arroz congrís sacudiendo el barrio
despertando el deseo
el instinto animal
la gula
la carne que alebresta la carne
antropofagia erotómana
salivada
promisoria
(pontifical??)
la alevosía de despedir el año entre cubos de agua
!a la calle!
fuera con toda la pena
con toda la nostalgia
con la angustia toda
y chupar como si nada el rabo crujiente de aquel puerco
que en las horas lejanas (y violentísimas) de la mañana
el cuchillo del abuelo había desangrado
ante los ojos de todos
el abuelo sacerdotal, en su divino ministerio
empuñando su jerarquía patriarcal sobre la tabla del martirio
proveyéndonos
brutal
despojado de esa corona (halo??) de bondad
que sólo veíamos caer cuando la faja de cuero asomaba de golpe
(para dar el..., los...???)
castigadora
infinita
ciega como la justicia,
animal,
distendida luego ya
-no como una extensión parapléjica de su mano
!nunca!
sino en el santo orgasmo de la autoridad-.
y la panza blanca y destripada del cerdo
contra la madera
expuesta, húmeda aún
inmutable en esa servidumbre que le impusimos
la carne babilónica que habría de saciarnos
(no había hambre que matar, no había!!!)
la panza en fin
rota de un tajo
despojada, sin seso ni mondongo
(como un sarcófago privado de lápida, de mármol)
zurcida luego para mejor cocer el arroz.
y en la noche, justo a las doce
el himno nacional (sin bautismo político, sin continencias, más como una bendición, un santo y seña)
el discurso etílico y avizor del tío josé
(no el ciego, que ya es muerto, sino el otro, el sin hijos, el tan flaco, arruinado, amargo en su memoria de antes)
el brindis donde cada quien ponía más que su copa la vida.
el fin de año era el tiempo de la yuca con mojo
los tostones
la esperanza no como un quizá
como un entonces
como un y si fuese posible...
sino de por supuesto
de sólo falta un poco
de tengamos paciencia que la fe es muy larga
para encomendarle la alegría.
el tiempo de la familia como una encarnación tropical de la fortuna
dispendiosa, sin geografía
el tiempo de la ingenua y natural certidumbre
de esos días en que mañana no era sino una promesa,
La Promesa de la risa por llegar.
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lunes, 17 de mayo de 2010
La Hora
Lo sentí irse. Sacudir lentamente la costumbre y la memoria; desprender, de un manotazo, el tiempo. De espaldas era un animal común: patas, cuerpo, cabeza. Un animal que en algún punto habría de saciar sed, hambre y cansancio. Lo sentí arrastrar sus pies graves, aplastar con desgana la tierra roja y seca, imponer su vacuidad al campo, fundirse con el polvo enojoso de la tarde. Tenía los músculos flojos, hastiados de la vigilia, distendidos más allá de la mueca o la fatiga, simplemente inertes. No podía verla pero imaginaba su sonrisa, esa estúpida expresión de bestia satisfecha, ese arrobamiento impúdico que corona la satisfacción de una necesidad tan elemental como impostergable. Lo sentí suspirar, humedecer con su lengua porosa los labios resecos, contraer las pupilas voluptuosas, levitar sobre el camino exangüe y las hojas calcinadas de los plátanos.
Cuando se marchó del todo y el camino no fue más que un absurdo hilo empolvado y solitario, me desmayé. No lo sé a ciencia cierta pero sospecho que pasaron horas antes de que lograra despertarme y ponerme en pie. Aún estaba desnuda y me dolía todo el cuerpo. Sobre la tierra, extrañamente húmeda, mi virginidad se escurría como un mínimo terror grabado en sepia.
Cuando se marchó del todo y el camino no fue más que un absurdo hilo empolvado y solitario, me desmayé. No lo sé a ciencia cierta pero sospecho que pasaron horas antes de que lograra despertarme y ponerme en pie. Aún estaba desnuda y me dolía todo el cuerpo. Sobre la tierra, extrañamente húmeda, mi virginidad se escurría como un mínimo terror grabado en sepia.
martes, 11 de mayo de 2010
Los perros y la mar se entienden,
son como una misma cosa
triste y solitaria
viva
brava .
Como una misma cosa transparente
abierta a los sueños de los hombres
mar y perro
mar eterna, madre mía
perro hambriento.
Los perros y la mar se entienden
qué sola me he de quedar
perro y mar
el día que no los lleve
yo, criatura de isla
que no la puedo tener
la mar
mar eterna
lenta mar de mis tristezas
(y el perro enfermo
desgajado del hombre
perdido en el invierno).
Qué sola me he de quedar
perro y mar
sola en medio de esta tierra.
Hasta los ciegos ven la mar
pero yo, que nací pez
no puedo verla.
Hasta los pobres gozan de la mar
pero yo, que vivo presa
no puedo tenerla.
Hasta los locos sueñan la mar
pero yo, cuerda y despierta
sin perro, ni mar
qué sola me he de quedar.
son como una misma cosa
triste y solitaria
viva
brava .
Como una misma cosa transparente
abierta a los sueños de los hombres
mar y perro
mar eterna, madre mía
perro hambriento.
Los perros y la mar se entienden
qué sola me he de quedar
perro y mar
el día que no los lleve
yo, criatura de isla
que no la puedo tener
la mar
mar eterna
lenta mar de mis tristezas
(y el perro enfermo
desgajado del hombre
perdido en el invierno).
Qué sola me he de quedar
perro y mar
sola en medio de esta tierra.
Hasta los ciegos ven la mar
pero yo, que nací pez
no puedo verla.
Hasta los pobres gozan de la mar
pero yo, que vivo presa
no puedo tenerla.
Hasta los locos sueñan la mar
pero yo, cuerda y despierta
sin perro, ni mar
qué sola me he de quedar.
domingo, 9 de mayo de 2010
miro el pan sobre la mesa con su mantelito azul y sus rodajas de piña dulcísima. lo recuerdo desde siempre en la bandeja azul-farmacia, de cristal translúcido, junto a la jarra turbia llena de leche con vainilla y el trozo ínfimo de chocolate. miro el pan entero, virgen de todo roce más allá del hombre que lo amasó, horneó, y dispuso sobre el estante de madera: puro, mitológico, inmaculado. con mi mano derecha acuchillo su cuerpo íntegro y alimenticio. rebano su cabeza. hiendo mis dedos en la masa blanca de su vientre y la arranco para llevarla hasta mi boca. trago este pan asesinado, muerto por mis manos, descuartizado. lleno el cuchillo de esa gelatina inconsistente que madre llama "La Mantequilla", lo hundo hasta el fondo del pomo que la contiene y puedo sentir su dolor, la pena gelatinosa de saberse dividida, fragmentada, disuelta. guardo otra vez el pan (lleno ya de "La mantequilla"), intento recomponer su figura desmembrada, su silueta maltrecha. madre me ve, sus ojos anegados en llanto. se limpia las manos en la servilleta (desechable, como el pan). a tumbos se levanta, se pierde tras la mampara de la cocina y cuando vuelve, sonriente otra vez, trae entre los senos maternales un pomo de pastillas.
(quiero comer pero el asco me domina. vivo sobre los cadáveres de todo cuanto existe.)
(quiero comer pero el asco me domina. vivo sobre los cadáveres de todo cuanto existe.)
jueves, 6 de mayo de 2010
abril y por las tardes
el palomero silba sobre la ciudad
bajo la lluvia
su voz metálica
reclama palomas
-sus palomas-
las invoca jugándose una pulmonía
a sus pies los tejados
la bahía infinita
(mortal)
donde duermen (mas no en paz)
carabelas, calaveras
500 años de conquistas
diez metros más allá
(de mi ventana, no del mar, no del silbato)
un profeta sin nombre también llama
(esta vez a Jesús, de palomas nada sabe)
mientras tortura unos tambores sin linaje ni academia
cursi como ha de ser esta fe ciega (pero sobre todo sorda)
que es azotea vulgar donde se trepan
(trepanados, tremebundos)
como prueba de su amor
para que todos puedan
(sobre todo los que no quieren)
verlos (oírlos)
y compiten los dos
-palomero y profeta-
a ver quién llega el primero (ave o salvador)
nada se inmuta
la lluvia igual
la noche adelantándose
el palomero maldice (los otros aún rezan)
suda, sufre, se sofoca,
mientras agita el señuelo
(sujeto y predicado, nunca verbo)
casi una amenaza
-prometedor, seguro-
frente a la jaula abierta.
bajo la lluvia
su voz metálica
reclama palomas
-sus palomas-
las invoca jugándose una pulmonía
a sus pies los tejados
la bahía infinita
(mortal)
donde duermen (mas no en paz)
carabelas, calaveras
500 años de conquistas
diez metros más allá
(de mi ventana, no del mar, no del silbato)
un profeta sin nombre también llama
(esta vez a Jesús, de palomas nada sabe)
mientras tortura unos tambores sin linaje ni academia
cursi como ha de ser esta fe ciega (pero sobre todo sorda)
que es azotea vulgar donde se trepan
(trepanados, tremebundos)
como prueba de su amor
para que todos puedan
(sobre todo los que no quieren)
verlos (oírlos)
y compiten los dos
-palomero y profeta-
a ver quién llega el primero (ave o salvador)
nada se inmuta
la lluvia igual
la noche adelantándose
el palomero maldice (los otros aún rezan)
suda, sufre, se sofoca,
mientras agita el señuelo
(sujeto y predicado, nunca verbo)
casi una amenaza
-prometedor, seguro-
frente a la jaula abierta.
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