viernes, 21 de agosto de 2009

ellos

Me dijeron que no preguntara, que no tenía por qué saber nada de eso, que lo mío era otra cosa. Me callaron. Pusieron sobre mí sus ojos duros, humillantes, severos...Y me soltaron al mundo con esa estúpida desnudez de sentido común, quizá con la esperanza de que no tropezara o de que el golpe no resultase muy duro. Pero lo fue. Entonces me miraron horrorizados, las manos temblorosas y marchitas cubriéndoles el rostro, los ojos desorbitados, incrédulos. Después no me miraron más. Cada quien tomó su rumbó y se refugió en alguna estúpida utopía, esas pequeñas cosas como el baño diario, las sazones, los juegos de parchís en los que siempre falta uno o no cabe nadie más. Y yo me acostumbré a este ligero azar de las simulaciones, a los silencios, a las discretas despedidas y a los amigos que nada preguntan porque nada quieren saber.

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