Hojas amarillas, un soplo,
y el silencio
sobre la tierra blanca.
Algunas cosas simplemente se rompen en silencio, sin algarabía ni estruendo. Es más como una densidad extra en el aire, como una cierta desaceleración, una lentificación apenas perceptible. Como pasar de Vivaldi a Alban Berg, de Cortázar a Lezama, de los 110 metros con vallas a la maratón.
Quisiera ser como el río fresco, profundo, constante, cambiante, en calma. Como el río que encuentra siempre al mar pero no olvida su cauce. Como el río que toma por igual el sol, la sombra, la luna, la llovizna. Como el río que no se cansa ni se olvida de sí mismo: feliz, indomeñable, manso...