Es hora. Lo siento en los cuádriceps que no pueden sostenerme sin temblar. Lo siento en este dolor silente que me aprieta las amígdalas y me tensa el cuello. Lo siento en el flequillo que se mueve acompasadamente, al ritmo de esos latidos que anuncian tu muerte como una marcha fúnebre nacida desde la angustia de tener que decir es ahora, tenemos que inyectar al pequeño. Es el momento y no sé cómo despedirme sin despedirme, cómo estar sin estar, cómo pedirle al doctor mátalo ahora porque el tiempo ha llegado a su fin.
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