Son las dos de la mañana, me duele una muela y estoy sola en Minneápolis. Lo digo y sonrío. Suena como un mal inventario de emociones. Hay una hendija en la ventana y veo afuera, al silencio de la avenida. Camino hasta la sala (que aquí es living room porque poco a poco uno va perdiendo sus vocablos, los sustituye por esta mezcla de idiomas y culturas que es ser un inmigrante), tomo el cojín y regreso al cuarto. Estoy buscando altura así que hay dos almohadas y un cojín tras mi espalda. Mi corazón late deprisa. El dolor enmudece y no es una alegoría: abrir la.boca duele. Recuerdo que creamos el mundo con nuestras palabras. El silencio vendría entonces a ser como la eutanasia. Sonrío otra vez, de medio lado. Pienso en toda la gente que no está ahora conmigo y que duerme saludable e inocentemente. Tengo un blog de poesía. Me pregunto si la poesía en verdad sobrevive a la muerte
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