Tantas cosas que yo nunca quise pedirte, que nunca te pedí, y tú que te empeñas en lanzarme una cuerda para salvarme de alguna obscura caída que amenaza con dejarme despierta y perdida hasta nunca jamás.
Tanto aire listo para romperse en un grito y distender esta estúpida tranquilidad que hace planes para instalarse en mis días y disfrutar de mi sangre, de mi energía, de la vida que me dejé en las calles y los portales cuando el cansancio me ganaba la pelea en el camino de regreso a casa.
Tantas y tantas horas sin sol, sin amaneceres, disputándonos la noche en un trozo de parque desierto y mal iluminado para que ahora sólo quieras salvarme, desprenderme de esta difícil amalgama que soy cuando despierto y el mundo reinicia en mi cabeza como un error, una falsa utopía, una mentira...
Pero las horas aún están de mi lado y esta noche va a pasar como si la madrugada no importara un carajo. Y voy a soplar la vela y pedir un deseo como las otras 32 veces. Y después voy a tomar hasta la asfixia y la desmemoria; hasta los pasos cruzados y las ganas de escupir el alma con el último buche de ron que puede permitirme este bolsillo sin fondos, hambriento como una bolsa de pan sin pan.
Y tú que insistes, que me hablas, que nombras la cordura como si en ello te fuera la vida y te jugaras algo más que unas palabras vacías de todo, llenas de esa nada que prefieres para no arriesgar el aliento, la cama tendida, y las tres comidas al día.
Y yo que nunca quise nada salvo que murieras por mí, que me buscaras hasta encontrarme en todas las cosas, en todos los pequeños olvidos y las torpezas... yo que nunca pretendí sino tu vida, tus ganas, tus tristezas... y tú que sólo quieres salvarme de mí, transfigurarme, nombrarme como si te perteneciera más allá de este segundo, de este beso que puedo y quiero darte sin que importe la mañana.
Tendríamos que tomar y tomar hasta que se nos paren los latidos y no seamos más que la lágrima, más que la promesa que no se cumplió y dejó a todos con una historia inconclusa y llena de esperanzas.
No tengo otra manera de decirlo. Anda solo a ese otro camino que acabas de descubrir: hoy no esperes por mí, no me salves...
miércoles, 28 de octubre de 2009
martes, 13 de octubre de 2009
Canción para Manuel dormido
No sé por qué pero alguna vez tenía que pasar. Siempre dijimos que los perros, que la madrugada, que las horas sin dormir...jugamos todo sin importar quién se llevaba el premio y es un alivio porque ya no tenemos espacio para cargar con esas mierdas.
Recuerdo la primera vez que dormimos juntos: nos caímos a patadas a ver quién conseguía más espacio en la cama y contamos las horas para darnos un respiro entre la noche y los amaneceres, como si mañana fuese un tiempo que nos importara o tuviéramos fuerzas para lidiar con algo más que unas botellas, las mismas canciones, y aquellas largas pláticas en alemán que siempre empezábamos cuando estábamos tan borrachos como para que el español resultase ininteligible.
Después vinieron las begonias, los libros duplicados en el librero por si alguna vez había que empezar a dividirlo todo, las horas frente al mar con la ciudad prostituyéndose mientras esperábamos que la noche fuese más oscura para saltar la reja sin que nadie nos notara y hacernos el amor sobre algo seco y sin oleaje.
La gente siempre nos mira como esperando que todo se rompa de una buena vez y así consolarnos en esa normalidad que tratan de imponernos, que pretenden para acabar esta historia de muñequitos en la madrugada y partidos de canasta con los únicos amigos que nos quedan apostándonos la caminata hasta la próxima botella o la última tina de helados.
Escribirte ahora es mi fe de vida, la prueba irrefutable de que, en algún segundo, aún no estamos muertos. Tendríamos que seguir recogiendo gatos que lloran sobre las bolsas de basura en las aceras y dejarnos de joder con las cuentas, el espacio mínimo, y la economía.
Nunca nos van a perdonar que no haya trabajo con horarios, carro en el parqueo y una casa repleta de hijos. Ellos tienen sus planes para vernos caer y no piensan rendirse. No puedo evitar tanta filosofía barata: siempre que el insomnio me obliga a madrugar me invento una nueva estrategia para descorazonar a los imbéciles y no tener que cargar con sus miedos ni sus falsas esperanzas.
Tendría que levantarte para hacernos el amor frente a la cara histérica del guardaparques pero es otra vez jueves y los albañiles no acaban de llegar y este calor espantoso amenaza con derretirnos igual que a la última tableta de chocolate.
Nunca me han gustado las disculpas ni las explicaciones. Yo sólo quiero una copa de vino y que los putos vecinos paren de joder y de hacer ruido. No dejo de imaginar a Robert mientras canta oh baby, I never never never gonna leave you. Siento que muero de sueño pero tú estás a punto de despertar y los albañiles pueden llegar en cualquier momento... Es una mañana exquisita para disputarnos la cordura y si alguna vez tiene que pasar, mejor que sea ahora.
Recuerdo la primera vez que dormimos juntos: nos caímos a patadas a ver quién conseguía más espacio en la cama y contamos las horas para darnos un respiro entre la noche y los amaneceres, como si mañana fuese un tiempo que nos importara o tuviéramos fuerzas para lidiar con algo más que unas botellas, las mismas canciones, y aquellas largas pláticas en alemán que siempre empezábamos cuando estábamos tan borrachos como para que el español resultase ininteligible.
Después vinieron las begonias, los libros duplicados en el librero por si alguna vez había que empezar a dividirlo todo, las horas frente al mar con la ciudad prostituyéndose mientras esperábamos que la noche fuese más oscura para saltar la reja sin que nadie nos notara y hacernos el amor sobre algo seco y sin oleaje.
La gente siempre nos mira como esperando que todo se rompa de una buena vez y así consolarnos en esa normalidad que tratan de imponernos, que pretenden para acabar esta historia de muñequitos en la madrugada y partidos de canasta con los únicos amigos que nos quedan apostándonos la caminata hasta la próxima botella o la última tina de helados.
Escribirte ahora es mi fe de vida, la prueba irrefutable de que, en algún segundo, aún no estamos muertos. Tendríamos que seguir recogiendo gatos que lloran sobre las bolsas de basura en las aceras y dejarnos de joder con las cuentas, el espacio mínimo, y la economía.
Nunca nos van a perdonar que no haya trabajo con horarios, carro en el parqueo y una casa repleta de hijos. Ellos tienen sus planes para vernos caer y no piensan rendirse. No puedo evitar tanta filosofía barata: siempre que el insomnio me obliga a madrugar me invento una nueva estrategia para descorazonar a los imbéciles y no tener que cargar con sus miedos ni sus falsas esperanzas.
Tendría que levantarte para hacernos el amor frente a la cara histérica del guardaparques pero es otra vez jueves y los albañiles no acaban de llegar y este calor espantoso amenaza con derretirnos igual que a la última tableta de chocolate.
Nunca me han gustado las disculpas ni las explicaciones. Yo sólo quiero una copa de vino y que los putos vecinos paren de joder y de hacer ruido. No dejo de imaginar a Robert mientras canta oh baby, I never never never gonna leave you. Siento que muero de sueño pero tú estás a punto de despertar y los albañiles pueden llegar en cualquier momento... Es una mañana exquisita para disputarnos la cordura y si alguna vez tiene que pasar, mejor que sea ahora.
viernes, 9 de octubre de 2009
algunas cosas
algunas cosas nunca tienen sentido. no sé: las horas, los dulces que nunca aparecen cuando los quieres comer, las canciones donde la gente llora, los amigos que se marchan, los perros que se mueren en la noche y amanecen fríos en la puerta de tu habitación...
otras cosas están llenas de ese sentido estúpido y dulzón que prefieres no encontrarle a nada porque si no estaría el riesgo insalvable de la normalidad, los compromisos, y los resentimientos con los años que se fueron.
el resto de las cosas, y de estas no sé absolutamente nada y es una suerte, siempre quieren decir algo y, lo que es peor, siempre todos entienden lo que quieren decir.
algunas cosas me joden, me lastiman, me importan una mierda.
otras cosas me sobran.
el resto de las cosas deben tener algo que ver con esta soledad, este silencio, esta maldita paz.
otras cosas están llenas de ese sentido estúpido y dulzón que prefieres no encontrarle a nada porque si no estaría el riesgo insalvable de la normalidad, los compromisos, y los resentimientos con los años que se fueron.
el resto de las cosas, y de estas no sé absolutamente nada y es una suerte, siempre quieren decir algo y, lo que es peor, siempre todos entienden lo que quieren decir.
algunas cosas me joden, me lastiman, me importan una mierda.
otras cosas me sobran.
el resto de las cosas deben tener algo que ver con esta soledad, este silencio, esta maldita paz.
viernes, 2 de octubre de 2009
esa gente
esa gente que tiene un hijo y se parapeta detrás de su pequeña vida para justificar las cosas que hace y las que no hace.
esa gente que tiene un hijo y lo usa como escudo y razón de su egoísmo y su mediocridad, y espera que el mundo entero lo comprenda, lo aplauda, lo compadezca.
esa gente que tiene un hijo como quien tiene una guerra formal con su vecino, como quien espera su diploma de graduado sólo porque no faltó a clases ni un segundo y siempre forraba las libretas.
esa gente que pretende que no se conoce la vida hasta que se tiene un hijo y nunca vivió el amor, la locura, la desesperanza.
esa gente tonta, formal, llena de miedos...
esa gente incapaz de jugarse la piel y la saliva salvo que al final lo espere un premio.
esa gente adicta a la mentira, a la televisión, a las radionovelas...
esa gente hija de su propia historia, heredera de la infamia de creerse mejores sólo porque la procreación es un acto que no exige licencias, ni garantías, ni proezas.
las palabras sólo sirven para definir aquello que ya hemos enmarcado y restringido: algunos lo llaman hijo, otros igual le dicen marihuana...
esa gente que tiene un hijo y lo usa como escudo y razón de su egoísmo y su mediocridad, y espera que el mundo entero lo comprenda, lo aplauda, lo compadezca.
esa gente que tiene un hijo como quien tiene una guerra formal con su vecino, como quien espera su diploma de graduado sólo porque no faltó a clases ni un segundo y siempre forraba las libretas.
esa gente que pretende que no se conoce la vida hasta que se tiene un hijo y nunca vivió el amor, la locura, la desesperanza.
esa gente tonta, formal, llena de miedos...
esa gente incapaz de jugarse la piel y la saliva salvo que al final lo espere un premio.
esa gente adicta a la mentira, a la televisión, a las radionovelas...
esa gente hija de su propia historia, heredera de la infamia de creerse mejores sólo porque la procreación es un acto que no exige licencias, ni garantías, ni proezas.
las palabras sólo sirven para definir aquello que ya hemos enmarcado y restringido: algunos lo llaman hijo, otros igual le dicen marihuana...
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