Tiene que ser hoy. Ahora. No puedes simplemente esperar a mañana, empujar el carrito con el pie derecho y rezarle a los dioses de la inercia para que el impulso alcance a recorrer todo el camino desde tu invierno hasta este verano descomunal que me aprisiona y me obliga a vivir desnuda bajo la ducha. Tiene que ser hoy. Ahora. No puedes pedirme un segundo más, unas palabras, la próxima parada del autobús, la última carta bajo la manga. Yo lo sé. Tú debías saberlo pero siempre estarán en medio las banderas, los deseos, las traiciones, los bolsillos vacíos y las cuentas pendientes con la madrugada. Es tan absurdo tener un cumpleaños, un día en que todos sonríen cuando piensan en ti y esperan sentados a que piques y repartas el cake justo después de pedir un único deseo. (A veces soy una mujer, sobre todo en las mañanas cuando alguien me despierta reclamando un beso que no quiero dar y no doy. A veces también soy un hombre. A veces nada. Pero hoy soy apenas un cuerpo desganado y una cara somnolienta, sin fuerzas para subir el muro de un salto y lanzarme otra vez a la calle, a la vida que hasta hace apenas dos horas me pertenecía). Hoy es un día cualquiera en esta isla infinita y cerrada sobre sí y no me alcanzan las palabras para inventar otras historias que no hablen de este cansancio atroz y estas ojeras. No voy a cantar felicidades ni encender las velitas en tu cake y tendrás que perdonarme si tampoco me importan los sobrinos, la coca, y los bares donde las putas y las colegialas son siempre la misma cosa. Si estuvieras aquí tal vez no hicieran falta las palabras, ni la filosofía, ni la literatura... pero no estás y alguien todo el tiempo me repite que duerma un poco, que pare de joder, que regrese al trabajo, el salario mensual y las comidas para gatos. Ojalá esta noche vayas a lo de Celia y bailes una salsa en mi honor y te rompas los pulmones con dos rondas de ese ron de contrabando del que siempre te hablé y que probablemente nunca tomes. Ojalá pase algo y la chica que hace sombra te llame en medio de la madrugada para compartir un taxi hasta el pasado y aliviar las urgencias de ese amor adolescente que aún te pesa en la piel por más que intentes camuflarlo. Al final de esta historia sin grandes sobresaltos ni tiempos verbales tal vez esté Madrid como una tentación, como un estúpido camino hacia la nada. Tengo un sueño espantoso David, los ojos se me cierran a pesar del alcohol y las tazas de café. Tendrás que seguir con esta farsa tú solo. No puedo evitarlo. Encender 22 velas es un trabajo demasiado pesado para una nena que lleva dos noches sin dormir esperando a unos albañiles que quizá no existan y cantando canciones de rock mientras se afeita rigurosamente el pubis y juega a la ruleta con un trozo de papel y unas plumas viejas. Mañana, si acaso no es verdad que mañana no es sino una promesa para incautos, podrás convencerme de que eres un hombre que se juega la vida porque no soporta la esperanza. Pero esta tarde aún tienes 21 años y nombras el hastío como si fuese un amuleto, y juegas con las cartas que otro marcó para ganar la apuesta. Mañana tal vez... pero antes recuerda soplar hasta apagar todas las velas.
(en fin, felicitures y otras (dei)dades para ti, que eres todo un hombre jajajajajajajaja)
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