A veces uno quisiera agarrarse el corazón, ponerlo donde no estorbe…[sobre la silla de la ropa recién lavada, o calzando la.pila de libros por (re)leer] y dejarlo ahí al menos por una o dos vidas, hasta que pueda recogerlo sin que le tiemblen las manos ni se le escarche la lágrima que no llegó a caer.
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