La muerte nunca empieza en el momento en que la percibes. Para entonces ya estaba ahí, desde siempre, y su germen dormía al abrigo del propio nacimiento.
Cuando observas la muerte de algo, de alguien, es porque ya empezaste a sentir la ligereza de algunas ausencias, la certeza de que las pequeñas distancias terminarán siendo un abismo (aún si resulta entrañable).
Cuando la muerte te saluda sin sorprenderte, es porque la habías visto venir, contonearse, tornarse familiar, íntima, predecible.
Es apenas un suspiro en este instante, pero las asíntotas corrieron juntas también alguna vez.
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