martes, 3 de agosto de 2010
campo y pista
ni él preguntó mi nombre ni yo le di más señas que un beso y la gracia de zafar de un mordisco mis ajustadores de encaje azul. eran casi las seis de la tarde y el parque empezaba a llenarse de toda esa gente que se engaña creyendo que unos abdominales y unas cuantas cuclillas van a devolverle los años que se fueron. cuando lo vi por primera vez orinaba detrás de la cabina de audio, un cuartucho espantoso y semiderruido donde los fines de semana un gordo sudoroso se empeñaba en ser rey por unas horas y pedía a las muchachas un beso a cambio de complacerlas con alguna canción. yo también fui parte de ese tráfico de ilusiones cuando lo besé en la mejilla grasienta- con un horrible olor a yogourt- para que él imaginara mi beso unas horas más tarde, en la usual soledad de sus madrugadas de lunes a viernes, cuando no era más que un ser humano corriente y vulgar, encerrado en sus complejos, lleno de deseos que sólo en sueños se verían satisfechos.. en fin, allí estaba él, no el gordo sino el otro, con el pantalón casi hasta las rodillas sosteniendo su pene con la mano derecha, la izquierda contra la pared de cartón de la cabina de audio, fingiendo un camuflaje que no le interesaba, esperando por alguien tan aburrido como él, no importa quién. terminó de orinar y me sintió mirarlo(...)
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