lunes, 18 de octubre de 2010

concupiscencia

entro a la ciudad desde una calle
(anónima, única, cualquiera)
veo las casas, los ríos, el camino despoblado
(que nunca conduce a ningún sitio)
y al final
la finca
sin mangos ni matas de naranja
sembrada de tilapias
mar sobre mar
jaula de agua dentro de jaula (de agua)
tierra seca y sin tierra
y los peces saltando fuera
a su libertad
para dejarse morir
como mangos que se pudren
sobre un lecho de hojas
como si prefiriesen el sol y la agonía voluntaria
a los abismos inciertos
de una red quincenal
y luego allí, varados
boquiabiertos
dar fe de un albedrío poco menos que divino
poco más que humano
simplemente animal
y adentro, en la casa de campo
guatacas y machetes
bajo capas de óxido y hastío
ridículos ya en su dignidad
de fango y tierra
imposibles en este mundo
donde un hombre
con el corazón de surco
añora los días felices de escardar posturas
mientras juega
desapercibido
con un manojo de anzuelos

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