sábado, 13 de septiembre de 2025

Maletas

Salí de mi país con 47 años. No me fui de viaje a un hotel, no fui a conocer el mundo, nunca antes había pensado en irme. Cuando metes tu vida en una maleta siempre dejas las cosas que verdaderamente importan: la familia, los amigos, la playita donde aprendiste a nadar, el olor de las flores que te traía tu abuelo, las lágrimas que lloraste frente al mar cuando ya no sabías cómo componer tu mundo o tu vestido, el cascabel que tuviste que quitarle al collar de tu gato para que pudiera caminar sin azoro ni sobresaltos. Uno siempre carga con las cosas que harán falta en los próximos días: un peine, la ropa interior, algunos zapatos, un libro, el cepillo de dientes, la cartera de siempre, los papeles que te van a pedir en la aduana. Luego pasan las semanas y descubres que todo lo que quieres buscar y necesitas ya no está. Es un momento de claridad infinitamente conmovedora, de indescriptible y agridulce nitidez. De repente eres libre incluso de las posesiones, de las memorias, de la vida que conocías. El mundo empieza de nuevo y tú empiezas también a descubrirlo. Suena hermoso y, en cierto sentido, lo es. Pero vas a descubrirte con añoranzas que no tenías, contando historias de gente que no parecía importante en tu vida, con deseos de la comida más humilde que recuerdes. Y eso te hará sonreír con una sonrisa entre triste y agradecida. Vas a mirar las manos en las que sostenías tantas cosas y las verás vacías… parece la libertad.. suena como la libertad, pero si no tienes ninguna otra cosa para entender cómo estás conectado a este mundo, es un estar perdido, un deambular, un buscar los platos y las cucharas en el escaparate del vecino y no entender por qué nunca aparecen.