Un grito. Algo atorado en la garganta. Un trozo de vida que no se anima a desprenderse de las amígdalas, que sobrevive aferrado a los intestinos, que se infiltra desde los huesos y la sangre, y atraviesa la piel intentando alcanzar el sol.
Un grito. Un suspiro. Una queja que se confunde entre el placer y el dolor. Una huella imperceptible y demasiado personal. El sutil recordatorio de la cresta ilíaca cuando has rodado por las escaleras sin más defensa que un par de pantuflas viejas.
Me han dicho que tengo vacío el corazón. ¿Cómo habría de llenarse el infinito?