Oigo el tren en medio de la noche. Hay una urgencia en el silbato del tren difícilmente explicable. . La angustia de las madrugadas fuera de casa, vigilando el vagón vacío, el hombre que pasa envuelto en la oscuridad, rumbo al baño, y que parece una amenaza solapada. Casi instintivamente busco la cartera para enredarla entre mis pies por si me duermo, y apoyo la espalda contra la pared. Mi cuerpo tiembla un poco recordando el cristal frío, de una seguridad casi palatable. Me doy cuenta de que todos son gestos inútiles, la memoria del cuerpo, el patrón repetido por años que aún no se borra. Y tengo esta sonrisa amarga: Cuba nos ha dolido por un tiempo demasiado largo.