martes, 15 de junio de 2010

primera vez

la primera vez que tuve sexo fue a los dieciocho años. (era verano y descansaba sobre el piso verdecido de una nave industrial). antes de eso sólo había sido un extraño ejercicio de hombres entrando y saliendo de mi cuerpo en una transformación de lleno a vacío, a nada, a gato de alicia, a piel seca de serpiente que es preciso desprender del propio cuerpo contra alguna roca o mueble para que al fin nos libere y volvamos a respirar. pero aquella vez fue más una sensación de que todo empezaba a tener sentido y que el experimento llegaba a su fin. después- sobre todo cuando me hartaba de las patéticas y abruptas demostraciones de amor y placer que algunos te profesan y dicen regalarte como si se tratase de un tesoro tan infantil como innecesario y entraba en esa fase cataléptica que te permite observar todo, incluido el propio acto de copulación, desde la feliz distancia de la indiferencia- volví a jugar a esa especie de gimnasia reproductora que tan afín resulta al objetivo de estudiar a los ejemplares masculinos, analizarlos como a ratas de laboratorio, definir y guardar en la memoria cada rasgo o expresión, cada gesto, cada palabra, y archivarlos en esa gigantesca base de datos en la que cada hombre futuro encontraría clasificación y límite. (...)

lunes, 14 de junio de 2010

madrugada

no sabría bien cómo decirlo. ni siquiera sabría cómo pensarlo, o inventarlo, pero lo cierto es que la madrugada me despertó las ganas de perderme otra vez, de hundirme en ese infinito vaginal en que me convierto cuando el alcohol pesa más que la sangre y el oxígeno me llega con un bautizo de tabaco y gasolina. entonces quiero trasmutarme: yo mesalina, yo sacerdotisa, yo virgen otra vez, y sentir que nada vale la pena si no pasa a través del ritmo de la muerte. quería suicidarme de alcohol y de sexo, quería lanzarme sobre la ciudad con su vaho denso y su aura obscura, atraparla, travestirla, hacerla mi amante: dos hembras que danzan con el vientre desnudo y como un espejismo para seducir a los chóferes borrachos, tristes bajo el peso del hastío de una buena mujer que le plancha su máscara de arrugas y le almidona las ganas. eran apenas las dos y ya me habían echado de al menos tres fiestas. entonces te vi, vomitando la vida como una cosa sucia, una amalgama pegajosa que tratabas de quitarte de los zapatos con la punta de tu camisa sin botones. parecías un espectro: sucio, flaco, desgarbado, ideal para mis planes de lenta aniquilación de la alegría. tenías un ojo morado y andabas sin papeles. tuve que ponerte un nombre e inventarte una historia. eras perfecto, divino, casi uno de esos regalos que la gente más pobre pide a la providencia con la certeza de que nunca llegará y la esperanza de que los milagros existen. tenías los ojos negros y perdidos. hay que reconocer que siempre me gustaron los hombres de ojos negros. trataste de ponerte en pie para parecer menos borracho y evitar otra golpiza. entonces viste acercarse a una mujer de ésas que te quitan el aliento y siempre pasan en un auto caro con un imbécil lleno de billetes y pensaste: qué mierda me habrán puesto en el trago que empiezo a ver una rubia de playboy loquita por sobarme los huevos. pero no era el trago, no era la puta pastilla en el fondo de la botella, porque la rubia casi llegaba para chuparte los labios llenos de vómito y poner tu mano lánguida como un sello que contuviese el aleteo de su sexo caliente. no entendías nada, y cómo ibas tú a entender que la noche me pedía una compensación por tanta mierda de compostura, por tantas horas de vestirse bien y tanta risa ensayada para provocar deseo o empatía. cómo ibas tú a saber que eras mi pasaje, mi salvoconducto, el desquite por los años que pasé con la bestia de mis ganas maniatada y embutida en un título universitario y medio kilo de rímmel. cómo ibas a imaginar que yo era un pozo, un hueco salvaje y brutal al que habían puesto un tapa burda e infame y que sólo vivía como se oía: en una sordina ridícula y desgraciada. tenías cara de perdedor y eso te volvía irresistible. querías parecer un macho capaz y trataste de tomarme de la mano mientras me decías ¿qué quieres muñeca? no tengo ni un medio esta noche. entonces te besé otra vez, fue un beso más que convincente y te dejaste llevar por mí, arrastrado hacia ese agujero negro que me vuelvo cuando mi cuerpo manda y nada importa sino la promesa del orgasmo que será, de los muchos orgasmos... no sabría bien cómo decirlo pero desde esa noche salgo a la caza, soñando encontrarte otra vez, esperando el milagro de verte caer ebrio sobre tus pantalones desteñidos y ese polo de cien dólares que compraste cuando apenas tenías para una cerveza.